martes, 8 de septiembre de 2009

La vida en un ciclo

Cuando el hombre despertó, mareado y confundido, no se acordaba de nada. Ni de su pasado, ni de su presente. El hombre mira a sus alrededores, solo para darse cuenta que se encontraba en la orilla de un río. Empapado, el hombre trata en vano de secar su ropa, que para asombro de él, le quedan grandes. El hombre luego emprende camino hacia la casa más cercana. El hombre no siente ni felicidad ni tristeza, solo un leve suspiro a melancolía que recorre su mente desde que despertó en esa fría orilla de caudal. Después de un rato, el hombre llega a esa casa, que se encuentra a unos doscientos metros del lugar de reposo del hombre. El hombre toca la puerta, siendo atendido por un grupo de jóvenes de no más de veinticinco años de edad. Lo invitan a entrar, le secan la ropa y le prestan ropas que estaban hechas para un hombre unas dos tallas mayores a él.
- ¿Cuál es tu nombre?- le pregunta uno.
- No lo recuerdo, sólo recuerdo que desperté en la orilla de un río, vi esta casa y vine a pedirles un poco de ayuda- respondió el hombre.
- Bueno, no importa, lo importante es que tomes algo caliente para que no te resfríes - le dice una dulce jovencita al hombre.
Se sientan a conversar, ellos eran seis en total, tres hombres y tres mujeres. De ellos había una sola pareja. La dulce jovencita, el joven que lo atendió y otro un poco más alto que el hombre al parecer se conocían del colegio. Los otros tres (la pareja y el hermano de la jovencita) eran algo más jóvenes que los primeros. Con mucha madurez empezaron a hablar de diversos temas para ver si el hombre recordaba algo, pero éste no reaccionaba, se quedaba con una cara indiferente y sin hablar, como si estuviese paralizado. Ya en vano, los jóvenes divergieron la conversación hacia ellos mismos. Se quedaron un buen rato conversando mientras la cara del hombre sigilosamente se transformaba en llanto, primero suave e imperceptible, para luego convertirse en un sollozo incontrolable. El hombre se para bruscamente y, sin siquiera despedirse, sale corriendo de la casa. El hombre lo había recordado todo. Atormentado por lo que recordó, el hombre sigue corriendo por el frío día nublado. Mientras corre, va recordando el camino a su casa y desesperado el hombre empieza a cruzar el ahora familiar puente. Con el corazón a punto de explotar de tristeza, el hombre se ve repentinamente en la orilla de un puente derrumbado, y sin poder frenar, el hombre se tropieza con el vacío que daba hacia el cuerpo de agua. En la caída el hombre se golpea la cabeza con el borde del puente destruido e inconciente cae al río, cuyo caudal lo arrastra río abajo. Lentamente el río logra depositarlo en una orilla de éste, dejándolo todo empapado y sucio. Pasando el tiempo el hombre recupera de a poco su conciencia, y finalmente cuando el hombre despertó, mareado y confundido, no se acordaba de nada.

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